Cuento chino

Damián me procuró un libro de divulgación científica sobre estadística, realmente la mayoría del contenido trada de operaciones y distribuciones que me son familiares pero… ¿Quién dedica ciertas horas del día en pensar estadística? Este es, me parece, uno de los intereses de los textos científicos.

El argumento central del texto en cuestión tiene sentido: pensamos muy frecuentemente en términos de una realidad objetiva y poco permitimos al azar. Si enviamos nuestro texto a cinco editoriales podemos pensar que esto implica que es malo, y no que fue rechazado o perdido por otras razones impredecibles. Creemos que el éxito literario y la calidad tienden a ir de la mano, que si bien un texto mediocre puede hacer gran ganancia, un texto bueno nunca pasará desapercibido. La conclusión del autor es interesante: si los escritores tuvieran más conocimientos de estadística tal vez hubieramos visto publicadas obras geniales que el azar relegó literalmente al olvido.

Intento conciliar dos argumentos anti-objetivismo, esos que hablan del azar y aquellos que se centran en la subjetividad. ¿Son lo mismo? ¿se puede decir que al renegar una discusión con un “esto es subjetivo” lo que hacemos en realidad es una admisión al azar? Nuestros gustos y puntos de vista son circunstancia, de ese lado, por su complejidad indescriptible, los admitimos azarosos. El término tal vez repercuta negativamente en creyentes ortoxos de lo predecible. Decir que algo no es universalmente válido no implica que sea dependiente del azar, al menos no lo cree así el que desprecia las evaluaciones objetivas. Apelar al azar le parece de algún modo, menos contundente.

¿Es el azar una influencia débil en la creación o una inconturnable? Tal vez la mística del escritor sería limitada si concediera su justa parte a lo impredecible. No controlamos tanto la vida ni el tiempo de creación, los cálculos más precisos responden a elementos exteriores y nuestras comparaciones solo pueden rendir cuentas a un idioma común. Muchos de estos aspectos están tan impregnados en nuestro cotidiano que se nos vuelven invisibles. El azar es algo que calculamos todos los días y sentimos que no cuenta gran cosa, por eso fallamos en reconocer que a veces lo fortuito es más fuente de literatura que muchas causas que nos parecen verosímiles.

En mi propio enunciado sobre los tiempos personales del escritor se adivina un tinte de azar. Esto es: solo hay un momento para escribir una obra, si pasa demasiado tiempo entre la primera confección de la obra y su resolución, entonces puede volverse otra. El libro que hubiera escrito siendo un joven estudiante solo podría ser tal al escribirlo durante esos años. Sin cumplir estos requisitos, ya se vuelve otra cosa, el método y lo dicho forma parte del mismo objeto, son parte de un mismo azar inexplicable pero presente que se conjuga en un momento exacto.

Resulta que la intuición sería una herramienta pobre para evaluar el riesgo estadístico. Muchos engaños de la impresión se deben a que narrativizamos y construimos relaciones de causa y consecuencia que no son válidas, de cierto modo extendemos el principio mágico a sus consecuencias más absurdas. Por esto se admitiría que las mismas historias que nublan nuestro juicio numérico puedan engañar nuestro juicio estético, y hablarnos de un genio escritor en vez de un escribidor entre muchos otros, que por ser parte de un número inmenso de artistas semeantes a él, logra un texto válido porque alguien debe lograrlo. Y en cierta medida, ese simple criterio estadístico nos explicaría con felicidad todos los escritores infinitamente mediocre que han escrito algo bueno y han fallado a replicar el éxito de su obra magna que los presentó al mundo. Sería, la ciencia editorial, una ciencia de probabilidades, no de talento editorial ni de calidad.