Cuerpo silencioso

Aunque no diría que la literatura persigue una función, ciertamente depende de realidades que superan en lo material a los conceptos que en ella se desarrollan. Transformar lo escrito en otro objeto, en alguno que se aproxima a la realidad por direcciones inhospitas, es un género en sí. No diría que es el más grande de las letras, pero al llamar a nuestros sentidos a un plano completo de la realidad que a otros escritos se les niega, nos plaga de impresiones distintas, que redefinen nuestro concepto de ficción aunque fuese al nivel del detalle. Se entiende, todo esto, al encontrar una obra bien hecha.

Se entiende que al transformar el objeto escrito no se suprime por ende su valor conceptual. El adoptar formas exteriores es más bien establecer un nivel de lectura algo ajeno a aquel que practicamos por principio, muchas veces (al no tratarse de objetos verbales realizados), apelando a una sensación que nos es conocida. Al escribir Nëpunësi i pallatit të ëndrrave, Ismail Kadaré conjuga dos objetos de realidad anterior a la obra, y que estructuran su obra hasta los detalles más particulares, estos son el sueño y el secreto.

Cabe notar que al hablar de sueño o secreto no presuponemos una estructura verbal particular. Un secreto es una omisión y se opone por su silencio a la narración convencional que casi logra refutar. El sueño por su lado suele ser visto como una secuencia y se admite, se cuenta (al menos para sí), como una concatenación de escenas. Va sin decir que esta relación final no es el sueño en sí, sino una reducción o vestigio, lo que queda del trance (como la memoria de una obra es lo que nos queda del libro). Relacionamos ambos fenómenos con la narración y los objetos verbales, pues inevitablemente un secreto o un sueño que se hace conocer se narra. Presuponemos entonces una sana (pero ficticia) ausencia de censura que no es por naturaleza, parte de ambos fenómenos.

La literatura del sueño es extensa, en ese nivel, podríamos encasillar i pallatit por sus valores temáticos o ecos (si así lo quisiéramos). En este sentido me limitaré a reconocer que la estructura narrativa imita al sueño, imponiendo lo terrible y lo sublime en un espacio que se escapa hacia una suerte de inconsiencia. Notará el lector que en es aspecto nebuloso podemos entrever el concepto de lo secreto.

Lo oculto es una estrategia menor, más resueltamente mística que la del sueño, si discutimos generalidades literarias. Y bueno, el sueño ya es bastante místico. Hablar de secreto suele ir de la mano con una comprensión superior, se estima como la metáfora de la sabiduría, de atravesar un velo. Los modernos han moderado el valor del silencio, colocando intrigas en el centro de su estructura para sugerir en vez de mostrar. Se vuelve en muchos sentidos parte de una estructura narrativa, secretos que existen para conjugarse ocultos. Sin embargo esta relevancia de lo no-dicho lo magnifica, volvemos el secreto un objeto funcional al punto de servirnos de él en la medida de su pertinencia. Un secreto se puede conjugar en lo superficial, ocultar una cosa casi por vicio, o précisamente, negligir su mención al tratarlo de nimiedad, cual si fuese un “ruido” en a maquinaria de la realidad.

El sueño es en principio un secreto sin sustancia, “visiblemente oculto”, carente de un valor definitivo. Íntimo, en general irrelevante y siempre casual. En el mundo de horror que Kadaré sugiere hay una búsqueda de algo sublime en esta marea de valores comunes, casi diríamos que solo por ser marea el Palacio existe. Y bueno, nadie ignora que la dictadura y el control de la población son parte de los conceptos, de las metáforas, que el texto arbora. Tal vez se intuye que reducir lo más casual en nosotros, el silencio gratuito, entonces se aborta nuestra existencia humana en algún abstracto nivel.

También, dueño de nuestros secretos, Google podría ser un Palacio de sueños.

Viaje comercial

Nada mejor que el brillante sol, la temperatura perfecta y la presencia de los seres queridos para meterse a leer solo en un sitio oscuro, o mejor aún, redactar la olvidable entrada de un blog que nadie lee. Supongo que leer se vuelve entonces la provocación que se empeña en refutar el complicado tejido de imágenes ideales vehículadas por los comerciales, que me hacen en otros meses perder el sueño, pues me resignan a que el bien se haga en medidas del uso del detergente y que la felicidad literaria se cuente entre familias de gente blanca con un hijo, una hija y que viven en la perfecta pareja.

No acuso la torpeza de estas ficciones de lo ideal, ni del concepto mismo de las vacaciones. Hay principios de carnaval y revolucionarios en la desocupación necia y masiva de la población, cual si saliesen a la calle con gigantes pancartas proclamando “vamos a la playa”. Es grotesco porque la inversión de nuestros paradigmas tiene que serlo: la vida activa tiene sus groserías y sus menoscabos, su simple refutación no es un logro estético. Todos podemos rememorar algún momento de ocio y en ello descartamos la vida laboral, aún por un breve minuto. Queda el hecho de que la producción estética de esos momentos no resulta fecunda en un mercado, o para decirlo mejor, no vende. Como si la vocación de la seria ficción fuese la gente que trabaja.

Aunque no sea la más abundante, sin duda se reconoce una literatura del ocio. Desgraciadamente y de modo perfectamente obsceno, coincide en buena parte con la escritura de la idiotez. La falta de actividad es biológicamente mala para el organismo y culturalmente violenta. No entendemos la felicidad de no hacer nada, précisamente porque no hay nada que entender. Uno escribo por un montón de razones y por esta artera tarea, deja de lado un buen número de valiosas sinrazones. En el tiempo, necesitamos del ocio. La literatura no es de lo eterno (por más que nuestra mortalidad así lo sueñe).

Además los editores, que son gente apta en distorsionar la materia del existir con un par de buenas palabras, han concebido una literatura “para las vacaciones”. Libros ligeros cuando no leves, tan intensos como infaliblemente olvidables. Se entiende que en vacaciones no queremos leer sobre gente que está en vacaciones. Las lecturas del verano se regocijan más en el propósito de una trama sin complicaciones excesivas, a la cual es sencillo regresar después de las interrupciones que nos impone la desocupación. Urgente estar divertido, siempre. Así pues, la literatura vacacional se quiere secundaria y se exige un desarrollo cuando no predicible, neto.

Va sin decir que la industria del libro entiende que el lector es un adicto y que se dedicará a su asunto cuando sensiblemente no debe. Entonces la levedad cumple exigencias rigurosas en lo que corresponde al peso del equipaje, a la falta de drama en caso de que se extravíe el texto en cuestión. Consumimos los libros como el tiempo, con la misma insouciance del que se ocupa de cosas personales. Es eso lo que representa la vacación en el universo de la publicidad: abandonar el tejido social y ocuparse de lo propio. De mi mismo. A mí, para mí, el mío. Yo.

La alta literatura no logra las fantasmagorías de esta soleada felicidad pues consisten en un egoísmo que poco deja al placer de comunicar. Sin llegar a ser propio a lo íntimo, se enuncia en lo inmaterial para desamorzar los posibles conflictos de nuestro sueño individual y lo culturalmente placentero. Nada mas ajeno que la mirada de un turista, que el mundo prefabricado primeramente para él, pero sobre todo para cualquiera.

Y bueno, si el detergente deja mi ropa blanca, esto no reduce el problema filosófico sobre si tal blancura es de veras la meta que he perseguido desde mi nacimiento ¿no?