Caprichosa

La dicha es mucha en la ducha. Y la cacofonía coqueta cuenta.

Los artistas podemos aprender a apreciar el caracter impredecible de la belleza, lo que en su naturaleza no es obra del artesano sino que sangra de todas partes, como las manchas que la imaginación transforma en Orion o en la virgen. Los sonidos de cada lengua, por simple arte combinatoria, han de producir cacofonías y rimas diversas. Un orden artesano sugiere que el poeta debe dominarlas para ejercer su oficio, esto no es sino seguir la corriente de lo aleatorio, prestarse al juego infinito del capricho histórico.

Creo en el azar, esto en el sentido de que no hemos de prestarle mayores sentidos a cada cosa en el universo. Casi toda la religión y el romanticismo que requiere una voluntad mayor piensa que el mundo es un desorden de deseos. Tenemos deseos y raramente los alfabetizamos, sin embargo un mundo sujeto a ellos sería opaco -más opaco que este- al entendimiento. Los deseos parecen la antítesis de la crítica, su irracionalidad nos impide prestar a cualquier poema un simbolismo duradero, hacen de la traducción una imposibilidad total en vez de un milagro inexacto. El azar está tapizado de milagros, así es el arte y la belleza, a pesar de que nosotros con nuestra devoción hacia lo artero le restemos su valor probabilístico.

Decía que el lenguaje fue forjado por el azar, podríamos igual decir que fue un error. La incomprensión fomenta sentidos, los alemanes por ejemplo, han sido apelados distintamente por las civilizaciones que los han cruzado, mereciendo nombres complicados e incluso curiosos, como en la lengua rusa en que su nombre se asemeja a la palabra “mudo” pues los alemanes no hablaban… Ruso. Hace ya tres años hablé de la palabra adolescente y sugerí su apego al concepto de dolor, esta coincidencia también es un azar, pero no hace el simil menos interesante y sensible, hemos hecho de la figura de la joven un sinónimo de dolor. ¿Por el lenguaje? No sería el menor sacrificio que hemos hecho por él, los animales son un testigos desdichados de ello.

Yo creo que el arte se rige por un número de circunstancias concretas que podemos tachar de objetivas, también las creo sujetas a un azar inescrutable. Este es el mismo sistema que nuestra ciencia acepta sin chistar, la realidad no se vuelve difusa por el simple hecho de su complejidad, la literatura siendo un fenómeno más bien simple, responde a las mismas reglas para su descripción. Otras descripciones religiosas pueden hacer de la palabra un objeto inexpugnable y divino, me parece que Borges escribió más de un texto explorando ese caracter absoluto, pues en ese nicho se juega algo que nos permite admirar a la palabra.

Se podría decir que de un punto de vista estético, los textos bíblicos se enriquecen porque la historia ha permitido que la fe que a ellos se profesa dure a través del tiempo. ¿Cuántos textos sagrados han sobrevivido a sus devotos y perdido esa admiración concreta? Más de las que uno sabría explicar. ¿Cuántos textos sacros o humanos se han consumido al paso de los años tanto en lo material como en la memoria? ¿será conocido el inmortal Montherlant en quinientos años? ¿mañana?

El amor a un hombre o a un texto responde a tantas coincidencias que solo podemos trabajar bajo la experiecia que tenemos para evaluarlo. Hay quien piensa en los encuentros como guiados por un dedo creador y los escruta con avidez. Este escrutinio es estético, como el dolor en lo adolescente, ejercita la parte de nuestro cerebro que crea orden en el caos, montando castillos en el cielo y estructurando cosmogonías que nos justifican. Sería un error creer que la invención inocente, esa que piensa cada cosa destinada, no tiene mérito. Es una forma primaria de narración, una de la cual derivamos todo lo que es confección en la tarea del autor. Por pura utilidad, un mínimo de ensueño es bueno. Muchísimos lectores leen solo por dejarse llevar por la fantasía del autor, y evidentemente tal masa lectora no puede estar equivocada.

Pensando en la estadística y en estos métodos de escribir, lúcidos, inocentes o como querramos llamarlos, hay que distinguir la rareza de la calidad. Yo no pienso a la manera del especulador, el mercado de valores de las letras me parece de una irrealidad graciosa. En cuanto a los números el esteta se llevaría un par de decepciones, creo que la obra literaria es mucho más común que el bestseller, seducir al lector sesudo que persigue hambriento la belleza es más sencillo (¿predeciblemente?) que ganar la devoción desmedida del público casual. Alguna predisposición burguesa haría de lo masivo algo indeseable, tal vez lo consideran sucio como los juegos de sangre, que siempre fueron un entretenimiento que la gente común apreció.

¿Y si por puro azar la literatura muere y nomás quedan las ventas? ¿sabremos estar a la moda entonces?

 

 

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