Librero-porno

Entre la gran variedad de artículos que propone el blog de Eterna Cadencia, me encontré con una serie de entrevistas a autores contemporáneos efectuadas de un modo bastante casual. Supongo atinadamente que mis comentarios al respecto podrían ir de muchas maneras, en verdad el formato de la entrevista y más aún la entrevista literaria, es algo pertinente al tipico problema intelectualoide que normalmente funda las reflexiones que cago en este blog. Por cago quiero decir “produzco con gran amor y devoción”, en toda evidencia.

Pero no, hoy no voy a tratar muy de cerca el asunto de la entrevista, quería centrarme como entomólogo frustrado en un detallo visto a lupa dentro de los artículos en cuestión*. Les propongo este artículo a modo de ejemplo, para corregir mi vicio triste de tratar todo de modo inasible: http://blog.eternacadencia.com.ar/archives/2014/36728

Me interesa en esta ocasión (¿ya vieron el artículo?) la foto de la biblioteca.

(*- Al hablar de entomólogo frustrado no pude evitar pensar en Vladimir Nabokov, creo que el lado zoológico de su vocación debió serle menos frustrante que el oficio literario, por razones que tal vez valga la pena analizar bajo el supuesto que dicho autor merezca algún interés.)

Hay, me parece, muchas cosas que decir respecto a la biblioteca como objeto estético dentro y fuera de lo puramente literario. Es un error ligar irremediablemente los libros y las bellas letras, aunque suene estúpido dicho así. Pasamos mucho tiempo cuestionando si un objeto es o no literatura, se sobreentiende que la mayoría de los objetos no lo serían (aunque tratemos dicho estado precario como una anormalidad, entiéndase que muchos objetos podrían ser por momentos literatura y no siempre lo serán, esto porque nuestros argumentos buscan ser convenientes y no universales). No sé, esos libros que abarrotan la pared de tu autor favorito pueden ser puros libros de texto o de superación personal, manuales de lenguas o misales. Pedirle a un lector/autor cualesquiera una foto de su librero se vuelve rápidamente una actividad dudosa, una especie de fetichismo tan microscópico que terminamos por poner en duda si lo que vemos es significativo, obsceno, o qué.

Hablando de la obscenidad, el término porno se usa en inglés para este tipo de demostraciones visuales que tienden al exceso, shelf-porn  (que traduciremos muy liberalmente como estante-porno) es un término que describe la exhibición de un estante propio como para presumir su contenido. Así tenemos también  Entendemos que se comunica por internet (aunque estrictamente podría haberse practicado igual con unos pinceles y mandando cartas cadena a la dirección de todos sus conocidos). Existen así el auto-porno, el jardin-porno o el estante-de-porno-porno. En nuestro mundo conectado que tiende naturalmente a la exhibición y borra las fronteras de lo íntimo, el concepto de cosa-porno vivirá muy poco en su articulación de acción excepcional, ya nuestra geolocalización puede ser pornificada y más o menos todos los servicios de marketing te persiguen con nichos que tan solo en su cuadra podrían hallar todo su sentido. Para decir que el término nacido de un fenómeno tecnológico tal vez pierda su sentido por medio del mismo, al menos en su carácter  perceptible. Y si la exhibición no es perceptible, pues… Bueno, mejor dejar esta tangente antes de que tendamos al razonamiento-porno.

Tal vez el hecho de que Eterna Cadencia vende libros sea relevante para la manifestación de libreros que estos artículos muestran. Ya expliqué como la simple acumulación de tomos dista de comunicar un sentido literario real, lo que si muestra más o menos es el consumo objetivo de los libros como producto, o al menos como decoración si uno supone que determinadas personas compran más libros de los que leen, o no leen lo que compran metódicamente. No creo tampoco que esta idea de mostrar un librero cae en el marketing ni nada así, creo sinceramente que hay una fascinación por parte del lector de que sus lecturas añadidas puedan ser representadas físicamente en el espacio, como una prueba contundente o credencial de que uno forma parte del círculo selecto de “personas que leen” (presumiblemente literatura). Como es el caso de cualquier credencial, el certificado propuesto no tiene más valor que el de su convención: las credenciales de elector pueden ser poseídas por gente que nunca ha votado o que vota irremediablemente como un imbécil, así pues, una librería puede ser en la práctica “empleada para el mal”, aunque su existencia nos comunique alguna dicha común y reconocible entre las damas y los caballeros (ha) que constituyen el mundo de las letras.

Para aclarar que leemos el librero como muchas veces al libro: suponiendo que entendemos y sin saber qué puede decir en realidad.

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